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Crítica a “Atrapados en Japón”, el filme ganador de la competencia chilena en Ficvaldivia 2015

Crítica a “Atrapados en Japón”, el filme ganador de la competencia chilena en Ficvaldivia 2015

El largometraje documental de la realizadora Vivienne Barry es un atrevido punto de encuentro entre múltiples enunciados audiovisuales: la plasticidad del stop motion y las técnicas de montaje del registro de archivo, el periodismo de investigación y de la ficción. ¿Consecuencia?: una obra ágil, entretenida, donde la indagatoria en torno al padre “desconocido”, y la pesquisa de la propia identidad, se confunden con un laberinto inédito de la historia nacional: el intento del imperio del Sol Naciente, por ganarse el proselitismo de un grupo de importantes reporteros locales, en plena Segunda Guerra Mundial.


“Mi recuerdo más temprano: su ausencia. Durante los primeros años de mi vida, él se iba a trabajar por la mañana temprano, antes de que yo me despertara, y volvía a casa mucho después de que me acostara. Incluso entonces, yo me aferraba con desesperación a aquellos médicos, esperando que me cogieran en brazos. Por lo visto, buscaba a mi padre desde el comienzo, buscaba con ansiedad a alguien que se pareciera a él”.

Paul Auster, en La invención de la soledad

A confesión de partes, relevo de pruebas, podríamos afirmar desde un comienzo: Atrapados en Japón (2015), la primera pieza de largo aliento de la periodista y directora Vivienne Barry Onfray (1947), quien se ha hecho un nombre en los cortometrajes de animación, resulta un crédito que se observa intrigado, y una película, la cual uno quisiera que nunca dejase de proyectarse encima de la pantalla de una sala. Así, tal cual.

Ese juicio no sólo se debe al interés temático y cronológico que expresa el largometraje: el casi ignorado viaje de un grupo de periodistas chilenos, invitados por el gobierno de la nación oriental, para visitar el país a meses del ataque nipón sobre la base norteamericana de Pearl Harbor (diciembre de 1941), y donde entre ellos se encontraba el padre de la autora; también es posible de emitirse (esa clara apreciación), a causa de la intrincada elaboración estética y cinematográfica, que despliegan los 67 minutos de secuencias que componen este título.

Atrapados en Japón 1

Esa valoración parte, inicialmente, por el mismo argumento de la cinta, según calificábamos: el sumario existencial que emprende la autora por saber quién era su padre, fallecido de un inesperado ataque al corazón, cuando ella tenía poco más de diez años de edad (1958). Y aquella interrogante, se plantea en base a la misión periodística que los reporteros Carlos Barry Silva (el progenitor que inspira la pregunta), Mario Planet, Jorge Vial, Rodrigo Aburto, Augusto Iglesias y Gustavo Labarca, hicieron al Japón, a semanas de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, y la posterior travesía (homérica), que los trajo de vuelta a Chile, una temporada más tarde.

Luego, la calidad del título se apoya en los procedimientos audiovisuales empleados por la realizadora, a fin de manifestar esa noción dramática: la composición plástica del stop motion, engarzada en un montaje que echa mano de inéditas imágenes de la época (mantenidas por una universidad norteamericana para el exclusivo uso de sus profesores); encuadres grabados bajo planos, de rasgos adscritos al género documental (que retratan a la autora en un viaje épico, real y de investigación, por los lugares que visitó su padre hace 74 años); y la fantasía contenida en ese discurso cinematográfico, aportada por los ya anotados procedimientos de la animación y por la nostalgia inherente de las voces en off (una de acento masculino, que pretende personificar a Carlos Barry, y la otra de musicalidad femenina, que encarna al rol de la hija, e improvisada “detective”).

Atrapados en Japón 4

Asimismo, en esta oportunidad, debemos añadir los efectos sensitivos y cualitativos que suman al conjunto, la banda sonora o soundtrack, elegidos por la directora (un acierto en sí mismo): las bellísimas y románticas melodías interpretadas por la actriz y cantante japonesa Yoshiko Otaka (o Yamaguchi), dueña de un cálido elemento vocal, y apodada en su tiempo la Judy Garland del Lejano Oriente.

La reunión de esos factores fílmicos, en Atrapados en Japón, exhiben la espontaneidad de la simpleza y la contundencia técnica, privativas de la intuición artística, por parte de la autora, antes que a la complejidad errática de lo suntuoso y de los métodos inentendibles, observados en otras obras, al momento de optar por un camino lleno de giros y de múltiples registros y de lenguajes fotográficos, en la composición de la imagen. En efecto, el desarrollo del libreto, y por ende del montaje (en este crédito utilizados), dan cuenta de un trabajo y de una dedicación obstinada de cuatro años, pensado al interior de la mente creativa de Vivienne Barry.

Atrapados en Japón 2

El relato avanza ágil y entretenido, y se atestiguan un manejo encomiable de los tiempos vitales, con el propósito de diversificar los caminos narrativos y de ideología cinematográfica, desplegados: a veces, predominan la gestualidad escénica e invisible de la voz en off, en otras escenas, prevalecen la delicadeza, la magia y la fantasía del stop motion (la especialidad de la casa), y en algunas secuencias, los recortes de origen periodístico y la hermosa voz de Yoshiko Otaka (o Yamaguchi), dominan la régie y los códigos de manifestación audiovisual.

Sin embargo, ese collage de lenguajes fílmicos (como lo ha bautizado la misma autora), se lleva a cabo de una manera “lógica” y clara en su factura, a pesar de los saltos estacionales a los que recurre la dirección (presente y pasado, el hoy y el ayer), para mostrar esa búsqueda por el cementerio General de Santiago (donde se ubica el panteón familiar), los rollos de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional (para revisar la biliografía respectiva), los jardines de la ciudad de Tokio, el puerto de Yokohama, y la región de la Manchuria (el territorio chino dominado por el Japón antes y durante la Segunda Guerra Mundial, que recorrió la comitiva de periodistas chilenos), rastreando la pista, siguiendo las huellas, los apuntes, las señas de identidad, tanto de Carlos Barry (el padre muerto tempranamente), como las que pertenecen a la vida y la biografía afectica y cardinal, de la misma realizadora.

Atrapados en Japón 3 (1)

 

Atrapados en Japón es un largometraje hermosamente perturbador (y la decisión del jurado de Ficvaldivia no pudo ser más acertada), porque además de simbolizar una concepción cinematográfica difícil, profunda, elaborada, pero formulada de una manera sencilla y sin reparos, aborda tópicos con los que se puede identificar cualquier ser humano, que se asoma (aunque sea por un tiempo breve) frente a la tormenta de la existencia: los sentimientos de la pérdida y del despojo, la añoranza por el refugio familiar, en unas venas abiertas y dolorosas, que se entrelazan con la necesidad de conocer a ese papá sin rostro y desparecido en el espacio físico (pero nunca en la memoria y en la insondable parcela de las emociones), sumada a la inacabada pesquisa de saber quién es uno mismo, de cara a la danza interminable de la historia, de la realidad, y de los demás.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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