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Crítica de cine: “Truman”, los fragmentos interiores de Madrid

Crítica de cine: “Truman”, los fragmentos interiores de Madrid

La última película del director catalán Cesc Gay simboliza un hermoso largometraje que, amén de consagrar a los actores Ricardo Darín y Javier Cámara en el Festival de San Sebastián 2015 (ganadores ambos a la Concha de Plata como mejores intérpretes estelares); demuestra la inteligencia y el talento narrativo y audiovisual de su realizador: destreza para engranar un relato intimista en base a primeros planos, creación de rincones urbanos, intuición a fin de retratar la emotividad contenida en una imagen, y el ofrecimiento de un inédito homenaje a la capital española, evocada por un autor barcelonés.  


“La muerte no revela los secretos de la vida”.

Francois-René de Chateaubriand, en Memorias de ultratumba

Las graderías rojas y blancas del estadio Vicente Calderón coladas a lo lejos, y las calles estrechas del barrio de La Latina, inclinadas por la cercanía de Las Vistillas (el fantástico y extraño “cerro Santa Lucía de Madrid”), son exhibidos por la cámara de Cesc Gay (Barcelona, 1967), como un acompañamiento y unos elementos válidos por sí mismos, en la puesta en escena de la notable Truman (2015), la séptima cinta de ficción, de su apreciada filmografía.

El presente título (hay que jugársela) resulta una película excepcional: la que además de ejercitar el maravilloso maridaje fílmico entre narratividad y creación de atmósferas audiovisuales, propone una certera y sobria aproximación dramática al instante sombrío de la muerte, en ese clímax literario provocado por una enfermedad terminal e irreversible, que se apresta a dejar de rasgar y triturar un cuerpo.

Este crédito, por añadidura, cuenta en su reparto con nombres que figuran entre los mejores actores hispanoparlantes del momento: el argentino Ricardo Darín, su compatriota Dolores Fonzi, y el intérprete español Javier Cámara. Los tres, de un nivel artístico muy por sobre la media, y en una aplaudible labor, que al par de roles masculinos, le valió la Concha de Plata (compartido), en el reciente Festival de San Sebastián, desarrollado durante el mes de septiembre de 2015.

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La principal virtud artística y formal de Truman, radica en el pensamiento puramente fílmico de su director: Cesc Gay ha alcanzado un oficio en el manejo de su cámara, y del significado en el ejercicio del montaje, que puestos al servicio de una coherencia de sentido en el relato cinematográfico; hacen que sus historias, pese a vislumbrarse en apariencia “simples” y mínimas, contengan todo un universo creativo y ambiental, pleno de sugerencias, metáforas abstractivas e intuiciones escénicas. Esa batería de recursos de estilo y de procedimientos autorales, va aparejada con el diestro trabajo en la conducción fotográfica de Andreu Rebés, y por los diálogos y las situaciones del libreto escrito en coautoría, entre el mismo realizador y Tomás Aragay.

El foco suspende en el tiempo al inmigrante rioplatense, también actor de cine y de teatro, Julián (Ricardo Darín), a su prima Laura (Dolores Fonzi), y a ese amigo de los tiempos juveniles, de profesión científico, y quien los visita proveniente desde Canadá, de nombre Tomás (Javier Cámara). Son cuatro días diegéticos (ficticios), y la cadena de acontecimientos que se desenvuelve en ese espacio de indefinida temporalidad, se encuentra tan bien estructurado, que incluso los personajes protagónicos viajan a la ciudad de Ámsterdam, en Holanda, y las secuencias se amontonan con una fluidez y técnicas propias de un texto literario perfecto, pero expresadas bajo el concepto en movimiento de imágenes fílmicas.

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Y los canales urbanos de los Países Bajos se exhiben, en armonía y placidez semiótica (por la preeminencia audiovisual del formato), con la Gran Vía y la Plaza de las Salesas, las coordenadas del centro histórico de Madrid. Existe una dirección de orientación artística que puja por mostrar a Julián -a puertas del enfrentamiento con la muerte-, en el hallazgo de la espectacularidad y la belleza de lo cotidiano: el personaje de Darín no está solo, aunque se sienta atrapado en el tránsito, hacia un evidente sentimiento de orfandad.

De esta manera, si nos viésemos obligados a definir la cámara de Cesc Gay, apostaría por el siguiente calificativo: un lente de la emotividad, en donde el director catalán inserta a sus caracteres en contacto con sus privados, y ocultos ánimos espirituales; imprimiendo aquellos, encima de las postales y las dimensiones, de las ciudades que los acogen. En este caso, sectores específicos, como los ya mencionados, de la capital española.

En esa reflexión de la intimidad cinematográfica, no podemos dejar de lado el nombre del joven realizador argentino Daniel Burman (reveladoramente, uno de los productores ejecutivos de Truman): al igual que el trasandino en Buenos Aires; aquí, el autor culé construye intersticios afectivos, y parcelas de un mapa personalísimo, que unirían la tragedia inmensa de Julián, con la nostalgia de esas cuadras, casas y bares, que superan los varios siglos de antigüedad, y cuyas paredes se encuentran pintadas con las costras amorosas y alegrías, y decepciones singulares, de los seres humanos que las han habitado, o bien recorrido, como simples turistas y peatones.

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La cinta de Gay, asimismo, coloca sobre sus referencias audiovisuales y argumentales, el tema de la inmigración sudamericana hacia Europa, y a la inversa, desde el viejo continente hacia Norteamérica (el caso puntual de Tomás, el personaje encarnado por Javier Cámara). En ese punto de análisis, no se puede soslayar el hecho de que el creador de Truman haya nacido en Barcelona, y que los roles estelares, dentro de sus biografías ficcionales, provengan de un lugar o localidad distinta a Madrid (Julián y Paula son argentinos de origen, sin ir más lejos, y el amigo que los visita ha hecho sus días en Montreal), el hijo del papel de Darín, en la trama, vive en Ámsterdam; y su madre, la ex esposa del protagonista, encuadrada fugazmente en una toma, es la única ibérica de nacimiento, que reside y ha permanecido en la capital.

Observamos, entonces, un pensamiento fílmico y una manifestación dramática, que giran en torno al hecho de limitar una realidad cotidiana -sentidas desde el desarraigo, la finitud y la ubicuidad engañosa-, de las aspiraciones y los sentimientos humanos más profundos de estos personajes, presos de la muerte, en el caso de Julián (motor y clave dentro de la historia), y las frustraciones esenciales de cualquier derrotero.

 

Así, y en clave de tragicomedia y apropiándose de los códigos de una estética de la interioridad cinética, Cesc Gay esboza, además de un homenaje al Madrid histórico, la elaboración de un producto simbólico de difícil consecución para las mentes creativas que cierran filas en la industria audiovisual hispanoamericana: ya con su Krámpack (2000), y su Una pistola en cada mano (2012), había sorprendido gratamente.

Por eso, en las radiantes escenas de Truman (el sol invernal y su luz sincera son otro factor estético y compositivo de la fotografía de este filme), afloran los nombres de otros artistas españoles contemporáneos, que se han prestado e inspirado de las aceras que bordean el río Manzanares, con el proyecto de elaborar una idea que sintetice la ilusión vital de sus caracteres y roles, con la acogida etérea e imprescindible, que siempre nos facilitarán una calle, una plaza, una mascota o un café queridos; en simbiosis, evidentemente, con esos rostros y caras que, alguna vez, en el futuro, añoraremos: menciono a los cineastas Jonás y David Trueba, a Fernando Huertas, a Daniel Calparsoro, y a la exuberante novelista de Madrid, la inolvidable Carmen Martín Gaite, y todavía así, quedo corto

Y provistos con esas armas, minúsculas y ordinarias, es que se vencen al dolor y a la muerte, pareciera decirnos, honesto, el catalán Cesc Gay, en su bellísima y hermosa cinta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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