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El conflicto ético que afecta al cine chileno en la antesala del Festival de Cine de Berlín La fiesta del séptimo arte en Alemania se extiende hasta el 21 de febrero

El conflicto ético que afecta al cine chileno en la antesala del Festival de Cine de Berlín

En la previa a la participación del contingente de artistas nacionales, que estarán presentes en la Berlinale 2016, cabe objetar y preguntarse por los criterios de selección de algunas de las cintas que representarán a la industria local, en uno de los cinco festivales más importantes del circuito mundial. ¿Por qué la transparencia, el debate, la calificación y la idoneidad ética, que se exigen en otras áreas de la sociedad política y civil, están lejos de cumplirse para la esfera de la cultura local?


Las plantas (2015), el largometraje de ficción del joven realizador santiaguino Roberto Doveris (28), fue la primera película nacional en ser seleccionada para participar en alguna de las líneas de exhibición que ofrece el Festival de Cine de Berlín 2016, de modo tal que encabezó la delegación que viajó hace unos días -en nombre de Chile-, a la presente versión de la también llamada Berlinale, que parte hoy y se extiende hasta el 21 de febrero, en la capital germana. Junto al filme del director se proyectarán, entre otras, Aquí no ha pasado nada, de Alejandro Fernández Almendras -que acaba de exhibirse sin mayor resonancia, en la reciente World Cinema, de Sundance-, y la celebrada Nunca vas a estar solo, obra de Álex Anwandter.

La línea en que se exhibe el filme de Doveris se denomina Generation 14+, y se especializa en dar a conocer lo mejor del cine infantil y juvenil, a nivel global. Esta muestra, en la que comparte privilegio con Rara, de Pepa San Martín, brinda la capacidad de acceder a un cupo para competir por el premio a la Mejor Ópera Prima, un verdadero salto para los creadores que figuran con su primer crédito. Hace dos semanas, sin embargo, se informó que Las plantas finalmente no calificó para la ronda final, siendo la película de San Martín -que retrata la fractura emocional de una familia homoparental- la que buscará un galardón en el prestigioso festival europeo.

las plantas

Escena de «Las plantas» de Roberto Doveris

Antes de que la película de Doveris fuera escogida para exhibirse en Alemania, Las plantas ya tuvo una travesía por Cannes 2015 (entonces se presentó un adelanto del crédito, en la  sección Bal Goes To, de la cita francesa). Allí, el autor integró la comitiva de 45 personas vinculadas al medio local, cuyos pasajes, fiestas y estadías en la Costa Azul, fueron cancelados con fondos fiscales del Consejo del Arte y la Industria Audiovisual (CAIA).

Por nuestra parte, tuvimos la oportunidad de analizar la ópera prima del veinteañero artista, en la reciente edición de Ficvaldivia: su cinta corría para la competencia internacional, en dicho certamen.

Efectuado ese indispensable ejercicio de apreciación y en conciencia de que se trata de una valoración siempre subjetiva, aunque sea una crítica especializada, cabe precisar que resulta objetable que un título de tan baja calidad cinematográfica como la pieza inaugural de Roberto Doveris, se pueda proyectar con la mayor de las facilidades en dos cónclaves clase A del séptimo arte mundial (Cannes y la Berlinale, lo son), en representación de los creadores fílmicos del país, y que asimismo, haya disputado un galardón importante -apenas egresada de la sala de montaje-, en la principal ventana de la industria chilena, como es el Festival de Valdivia, durante el año recién pasado.

[cita tipo=»destaque»] Alguien debe gritar fuerte, en alto volumen, que el rey camina groseramente desnudo, y develar el dilema que se suscita en el hecho de que cuando el autor del filme Las plantas, efectúa sus viajes profesionales (sustentados con recursos fiscales), se apoya, igualmente, sobre el prestigio de la misma empresa a la cual presta servicios particulares (tiene el cargo de editor general en el organigrama de CinemaChile): entonces, se transforma en juez y parte, en divulgador incontrarrestable de sus dones, y en el centro de un eventual conflicto de intereses.[/cita]

Desprovista de una columna narrativa coherente (en el ámbito literario y audiovisual), sin un libreto que conduzca a su cámara (esta se mueve, gira, se acerca y se aleja del centro de la acción, sin un sentido ni un propósito claros), surge entonces la sensata idea de preguntarse de dónde vienen tales franquicias y privilegios del filme, especialmente considerando que -como es de público conocimiento- Doveris, autor formado en la Universidad de Chile y fundador de la productora Niña Niño Films, es uno de los más estrechos colaboradores de Constanza Arena, directora ejecutiva de CinemaChile, la agencia privada que se dedica a la promoción -con fondos públicos y privados- del cine chileno en el extranjero.

Para nadie del ambiente audiovisual criollo es un secreto el poder omnímodo que ostenta CinemaChile (una fundación de derecho privado que se financia con recursos estatales), como agencia y – también en su momento distribuidora-, encargada de la promoción del cine local en el concierto internacional.

Es cierto que diversos directores y productores agradecen el trabajo realizado por este organismo, pero con la misma vehemencia reconocen que la influencia acumulada debido a sus relaciones con importantes productores, asesores de gobierno y autoridades universitarias -y que tuvo su mejor momento bajo la administración de la antigua ministra del ramo Claudia Barattini- terminaron por modificar su rol y atribución original como institución cooperadora del Estado en materia cinematográfica, para operar -en la práctica- como si se tratase de una agencia estatal con total control del medio, como ProChile o el mismo CAIA.

Esta situación a todas luces ambivalente, comenzó en la administración de Sebastián Piñera al amparo de su entonces máxima autoridad del antiguo Consejo de la Cultura, el actor Luciano Cruz-Coke Carvallo. Así, y bajo la protección de un gobierno que pregonaba la justa competencia creativa, el desarrollo de masivas audiencias cinematográficas, y la descentralización de las actividades artísticas, desde la burocracia del Estado; se le entregaba (contradictoriamente) a un ente particular, el monopolio, el control, la agenda de contactos y la misión de difundir los pormenores del cine chileno, en citas de las disputadas ligas internacionales: eso, sin licitación pública y abierta, y sin contemplar y evaluar otras legítimas y quizás mejores posibilidades de gestión, para cumplir con esa indispensable tarea.

Que Las plantas exhiba un apoyo institucional que le permita estar en dos de los festivales Clase A más importante del mundo, nos debe llamar profundamente la atención en cuanto a la existencia de al menos un conflicto ético en este caso, especialmente a la hora de denunciar la precariedad y la dificultad de muchos realizadores nacionales, al momento práctico, objetivo y financiero, de llevar a buen término y con éxito, sus esforzados proyectos. Claro, muchos de ellos se ubican lejos del establishment, y por ende, de los favores y de las prebendas que son un rasgo distintivo de las camarillas.

No conozco personalmente a Roberto Doveris, pero alguien debe gritar fuerte, en alto volumen, que el rey camina groseramente desnudo, y develar el dilema que se suscita en el hecho de que cuando éste, efectúa sus viajes profesionales (sustentados con recursos fiscales), se apoya, igualmente, sobre el prestigio de la misma empresa a la cual presta servicios particulares (tiene el cargo de editor general en el organigrama de CinemaChile): entonces, se transforma en juez y parte, en divulgador incontrarrestable de sus dones, y en el centro de un eventual conflicto de intereses.

Si CinemaChile fuera efectivamente una agencia estatal, o dependiera del CAIA, ¿podría un funcionario de la misma institución promocionar de igual forma una película de su autoría?

Debe ser preocupación vital de la actual autoridad del Ministerio de las Culturas, Ernesto Ottone Ramírez, velar porque los filmes que representan al cine chileno en el extranjero (con el apoyo de comitivas oficiales y de dineros estatales), cumplan con un estándar mínimo de aptitud y de justa ecuanimidad, que respalden su elección ante la opinión ciudadana: unos parámetros que nos ahorren dudas y legítimas sospechas. Por lo demás, sanas, obligatorias y propias, de cualquier sociedad que se precie de moderna, pluralista y democrática.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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