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Crítica de cine: “La chica danesa”, el adiós es todo lo que sabemos del cielo Una película de Tom Hooper

Crítica de cine: “La chica danesa”, el adiós es todo lo que sabemos del cielo

Ganadora del Oscar 2016 a la mejor actriz secundaria (gracias a la intérprete sueca Alicia Vikander), esta película del realizador inglés Tom Hooper, aborda la historia del pintor danés Einar Wegener (1882-1931), el primer hombre conocido en someterse a una cirugía de reasignación de sexo (hacia mujer transgénero). Impactante desde el punto de vista emocional, también inciden en su valoración, el gran nivel dramático de su elenco, y los detalles propios de una esforzada dirección de arte y de “época” (producción de ambientaciones, iluminación y diseño de vestuario).


“Pretender al mismo tiempo entender y soñar: ahí está la condena de mis noches”.

Carmen Martín Gaite, en El cuarto de atrás

Lo primero que se debe anotar, al instante de escribir acerca de La chica danesa (The Danish Girl, 2015), tiene que ver con la emotividad de su argumento, y la forma en que esa sensibilidad –honesta y verdadera- es comprendida e interpretada en signos y sus personificaciones, por los actores que encabezan su reparto: la sueca Alicia Vikander y el inglés Eddie Redmayne (ganador del Oscar en 2015, al mejor intérprete masculino estelar, por su papel en La teoría del todo).

Ambos, en el transcurso de las secuencias, validan con su sintonía y complicidad de ánimo, a una de las parejas escénicas más logradas que se haya registrado en el último tiempo frente a una cámara, como si el dolor, el espasmo y la valentía que se necesita para dar energía y vida al relato que protagonizan, les fuera un don artístico natural y propio, una concesión gastada a sus nervios y un regalo del talento que comparten.

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El artista plástico danés Einar Mogens Wegener (1882 -1931), trascendió a la opinión pública de su época por ser la primera persona conocida en someterse a una intervención quirúrgica de cambio de género, y que falleció a causa de las complicaciones derivadas de esas complejas e innovadoras cirugías. De aquella traumática experiencia, y de la problemática que le significaba al pintor sentirse una mujer encerrada en un cuerpo de varón, nacieron un libro autobiográfico (escrito por el hombre ya transformado en Lili Elbe) y la novela homónima del escritor estadounidense David Ebershof, que data del año 2000: estas publicaciones dieron origen al libreto redactado por Lucinda Coxon, que sirvieron de textos base para los diálogos, los parlamentos y las escenas de esta película.

“Einer Wegener-Lili Elbe” se encuentra encarnado (a) por el excepcional Eddie Redmayne, quien pese a sus jóvenes 34 años, ya es una marca de prestigio y registrada, entre los mayores intérpretes profesionales de su generación, a nivel mundial. Su esposa en la ficción (la también artista plástica y visual, Gerda Wegener), es personificada por la mencionada Alicia Vikander, la galardonada con la estatuilla de la Academia, hace unos días, como la mejor actriz secundaria de la actualidad.

La trama del argumento, y la estética del lenguaje cinematográfico -codificados por la cámara- están subordinados al discurso de la acción, con el propósito de expresar la crisis de identidad psicológica y fisiológica, que acomete a Einer; y asimismo, retratar la pérdida afectiva y emocional, a la que se ve enfrentada su cónyuge (Gerda), luego de tener que asumir que su esposo ha dejado de ser un “alguien”, para transformarse en un sujeto diferente, tanto en su exterioridad corporal, como en su sensibilidad más recóndita e interna.

En esa perspectiva, nos encontramos con un lente que se sitúa en la mayoría de los ángulos de grabación posibles, en el objetivo de retratar ese desacomodo y terremoto vital, que sacude la tranquila rutina -aparente- del matrimonio de pintores, hasta entonces. Los primeros planos dejan de convertirse en sencillos retratos de los personajes y de la espacialidad que habitan, con la intencionalidad de configurar a la amplia gama de posibilidades existenciales que le significarían a un hombre adulto, asumir que mentalmente se siente una mujer, y que por ende respira esencialmente equivocado, según él, al utilizar -para llevar a cabo sus funciones más elementales- y desde su irrupción a la vida, la biología y la corporalidad, de un varón a que desconoce como parte de sí.

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Ese proceso audiovisual de reconocimiento (que afecta al matrimonio en su conjunto), se verifica y adquiere una humanización rastreable, gracias a las proezas artísticas de Alicia Vikander y de Eddie Redmayne: los rostros de ambos evolucionan hacia esa frontera y ese punto, bautizada por Franz Kafka, como el lugar del “sin retorno posible”. Una línea que divide al cielo y al infierno, separados por sólo paso y centímetro de distancia. Si tuviésemos que calificar las tácticas de envolver y manifestar la geografía diegética (ficticia), que denuncia la cámara de Tom Hooper (el realizador de El discurso del rey y de la última versión fílmica de Los miserables), tendríamos que calificarla en tanto fotografía de la pérdida, de la muerte, y de la regeneración “completa”.

Los travelling que secuestran y persiguen las figuras de los actores (perfectos en las calles de los inventados Copenhagen, Berlín y París, de los años ’30 del siglo pasado), y las diversas destrezas manejadas por el lente del director británico, dan cuenta de una dimensionalidad hermosa, melancólica, teñida de colores tristes y alegres a la vez, como si de un lienzo impresionista se tratase; aunque, detrás de esa fuerza pictórica y expresiva, se escondiesen la amargura y la frustración, la certeza irremediable de que la máscara amada, se haya fuera de alcance, a millones de años luz de lo concreto y de una posible felicidad futura.

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Los contrastes lumínicos de los encuadres fotográficos, relumbran en esa sensación facilitadora de una realidad maravillosa, pero que nos duele, aísla y golpea, en nuestra personalidad toda. Mientras Einer evoluciona y se completamente en otro ser, su soledad y su diferencia, le hacen entrar en conflicto con el entorno, y en un ensimismamiento, del que no puede escapar ni salir, salvo arropado con prendas de vestir femeninas, y siempre bajo las señas de su nuevo nombre: Lili Elbe (su patronímico definitivo y que él/ella, reconocía como su único “yo” verdadero).

En esos pasajes de amor y de locura, de muerte y de esperanza, las interpretaciones de Vikander y de Redmayne, tocan el cielo con las manos. Ellos encarnan la sentimentalidad profunda y transparente, de una pareja al borde del colapso, y también, aunque se lea paradójico, de la redención y del encuentro consigo mismos.

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La música incidental compuesta por el francés Alexandre Desplat, azuza y empuja a los espectadores con el propósito de acompañar a ese dueto maravilloso en su trayecto por los círculos del infierno y de la pesadilla, para luego despertar en el caos dentro del orden, y en el imperio del sueño convertido en una cotidianeidad heroica.

 

Es difícil encontrar un filme con tantas cualidades artísticas transformadas en cánones técnicos parejos y constantes, a lo largo de la sucesión de sus fotogramas: un guión admirable, una cámara que se mueve con la naturalidad de la omniscencia, un par de actores fenómenos, y un decorado, ambientaciones y diseño de vestuario de los personajes, que recalcan lo mejor de un largometraje de época, en la agitada, virulenta y bella temporalidad histórica, conocida como el período de “entreguerras”.

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La chica danesa simboliza un viaje audiovisual inaudito a través de la obscuridad y la majestuosidad de la condición humana, un recorrido cinematográfico que centra su foco sobre el conflicto y la “misión” de un artista ante su obra y los demás, pero sin caer en los lugares temáticos comunes; un paseo que tan sólo reafirma y demuestra, si cabe la duda, que un proceso creativo siempre equivale a una feroz lucha espiritual frente a la identidad personal, ante los objetos hermosos e infinitos, y un cara a cara perpetuo con la tristeza y el fracaso, detalles imposibles de eludir, fundamentales, de la vida simplemente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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