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Crítica de cine: “Viejos amores”, la fragancia que quedó tras de mí Una película dirigida por Gloria Laso

Crítica de cine: “Viejos amores”, la fragancia que quedó tras de mí

El primer largometraje documental dirigido por la actriz nacional Gloria Laso, es una obra que gira alrededor de cuñas y secuencias de ambiciosas entrevistas efectuadas a las actrices Bélgica Castro, Carmen Barros, Delfina Guzmán, Gloria Münchmeyer, Nelly Meruane, Gaby Hernández y Liliana Ross. Una pieza emotiva, vivaz y coherente, que además de abordar las etapas fundamentales en las vidas de cada una de las artistas mencionadas, las sitúa en un contexto histórico mayor: el destino trunco del Chile contemporáneo.


“Ojalá desapareciera ella y todo lo demás, todas las personas, todas las cosas, ojalá cayeran en un agujero del tiempo y yo pudiera volver a vivir, ya sin cosas, sin hilos”.

Soledad Puértolas, en Gente que vino a mi boda

La silueta fragmentada de una esbelta y resplandeciente Gloria Laso Lezaeta (Santiago, 1957), ejerciéndolas como protagonista de La frontera (1991), de Ricardo Larraín, se perpetuó en la memoria colectiva de quienes observaban cautivos los créditos del emergente cine nuestro, de hace veinticinco años. Y su nombre quedó grabado en la memoria, en el imaginario y en el sinónimo convertido y conjugado de una hermosa y gran actriz chilena.

Hoy, en una faceta distinta, y detrás de la cámara, ofrece al escrutinio público otra cara de su talento creativo: Viejos amores (2015), el primer título audiovisual que dirige como directora cinematográfica.

Poco explorada en la labor realizadora, de los autores fílmicos nacionales, las piezas basadas en la biografía de artistas de diverso cuño, actores o escritores nacionales, significan una deuda pendiente para el acervo cultural de carácter local. Pablo Berthelon y su Rosita, la favorita del Tercer Reich (2012) –próxima a convertirse en un “largo” de ficción-, el Pepe Donoso (1977), de Carlos Flores del Pino, Nicanor Parra 91 (1991), de Gloria Camiruaga y de Lotty Rosenfeld, o los Neruda novelados (2014 y 2016), de Manuel Basualto y de Pablo Larraín Matte, respectivamente, equivalen a unas islas solitarias e inauditas, en la escasa atención que han brindado los directores de cine chilenos, a sus compañeros de ruta, en los innumerables ámbitos que posibilita la creación como extraña forma de respirar. Viejos amores, así, se presenta como un documental acerca del oficio de ser actriz, rodado por otra mujer de tablas y escenarios, que con singularidad, instala una peculiar mirada sobre sí misma y sus colegas, al otro lado del lente.

La estética “semántica” de la ópera prima de Gloria Laso, se relaciona para el espectador de cintas recientes, por ejemplo, con La once (2014), de Maite Alberdi. Con la diferencia de que en vez de retratar las conversaciones de un grupo de amigas generacionales desde la época del colegio -a través de seis años de sus biografías-, aquí se detiene el foco de atención, encima del recuento de un muestrario humano de conocidas intérpretes femeninas nuestras, en sus logros profesionales, sobre los detalles de sus trayectorias afectivas, y en los pesares y alegrías de sus cotidianos y entrañables derroteros.

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Esa estructura narrativa, tiene sus fundamentos en una lógica del montaje y la edición cinematográfica, que intercala en una gran disertación única, las numerosas entrevistas efectuadas por la directora, a las actrices Bélgica Castro, Delfina Guzmán, Carmen Barros, Gloria Münchmeyer, Nelly Meruane, Gaby Hernández y Liliana Ross, transformándolas en ágiles y entretenidas secuencias, productos de una elaborada y pensada estrategia del relato audiovisual.

La esencia discursiva es un monólogo (casi no se escuchan las preguntas que realiza Gloria Laso), grabado exclusivamente en interiores de habitaciones domésticas, y todavía así, los 95 minutos por los que se extiende en su temporalidad cronológica el documental, pasan desapercibidos, y siempre se espera algo más, otra declaración que se formula para el bronce, o bien conducida hacia la inmortal posteridad.

La vida y sus complejidades, en efecto, encarnan el tema principal de Viejos amores: la experiencia de esas mujeres sensibles, vertidas a modo de confesión, pero también de legado póstumo las nuevas generaciones, ya sean estas o estos actrices, actores, cineastas, críticos, historiadores y público en general. Entonces, las artistas que protagonizan la cinta que comentamos se explayan en torno a sus comienzos, alrededor de su intimidad emocional, de sus victorias, abordan sus fracasos y sus frustraciones; y alguna risa y lágrima se escapa, hasta algún pasaje que pudiese estar oculto o ser francamente vergonzoso (si es que se revela públicamente), termina por colarse y filtrarse. Y es que cada una de esas virtuosas, expone con sinceridad el reconocimiento de alguna carencia en su paso por este mundo: casi todas están solas, aunque dignas, fuertes, pero melancólicas y honestas.

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Las técnicas de enunciación audiovisual utilizadas por Gloria Laso, es cierto, es deber reconocerlo, pueden semejar simples y sin tantos brillos ni luces en su gestación final, en un plano netamente ideológico y de estratégia. Sin embargo, son ataques y ofensivas (creativas) efectivas, que a final de cuentas cumplen su objetivo, y que desembocan en un producto simbólico certero, concreto y recordable. Y eso no sólo se debe al “reparto” de este documental: su directora tiene la película clara, y evita complicarse: desea “contar”, relatar, engranar una historia, en exposición que concluye por ser bella, hermosa, y a ratos, hilarante y conmovedora.

El dolor, la pasión y la fuerza femenina, son condensados y procesados por el ojo de otra mujer empapada por los misterios de la existencia, el sufrimiento y la felicidad propias de ese fenómeno inexplicable, que llamamos “vida”. Si la manifestación fotográfica, y el lenguaje cinético de Viejos amores es directa, sin pérdidas y vueltas teóricas, además de triunfadora, su peso fílmico (incontestable), se apoya en la sabiduría y en la potencia que emanan de esas entrevistas, donde, igualmente, se esconde un pedazo de la cronología contemporánea del Chile actual.

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De esa manera, para las siete estelares de esta trama, el martes 11 de septiembre de 1973 marcó un antes y un después: para ellas, y el país. Y la figura del Presidente Salvador Allende y la obra del gobierno de la Unidad Popular, asoman trágicas, míticas y con la sensación de constituir una pérdida sentimental y familiar, por lo menos para las más comprometidas políticamente. Una buena definición que sintetizaría a este filme de Gloria Laso, puede serlo la siguiente: “una metafísica audiovisual de las actrices”, de teatro, televisión y de cine. Pues otra cualidad de estas profesionales de la sincera impostura, es precisamente, la multiplicidad de papeles, máscaras, roles y trabajos, que abordaron a fin de ganarse los días.

La intensidad argumental representa otro factor de análisis de Viejos amores: la escaleta inaugural de la directora, evoluciona hasta convertirse en una memoria audiovisual y coral, lejos del formato de un conjunto de entrevistas, que podrían haber estado “unidas” por el capricho y el voluntarismo de su mente creativa. Aquí existe un alegato, una narratividad análoga y ambiciosa, y un eje dramático que gira en fases y etapas de crecimiento (de poética aristotélica), empeñado en cubrir y en dar testimonio fehaciente, de cada uno de los procesos vivenciales, capitales y determinantes, de las siete involucradas en este asunto.

Como en la letra de un bolero, en este largometraje documental (un hito para la filmografía criolla), se reflexiona acerca de la soledad que nos agobia a todos los participante de esta juerga colectiva, y de lo que pudo haber sido la vida presente, si es que en el pasado, escogíamos uno u otro camino. O de los dolores y fracasos que se disimulan y celan, bajo la parsimonia de una cara, de un rostro, surcado de arrugas y de sonrisas. Para una, la maternidad proscrita, para la mayoría, un matrimonio y relaciones afectivas con el otro sexo, sin duda lejos de la plenitud y del infinito que esperaban, y aguardaban, expectantes. Empero, todas declaran que alguna vez, en efecto, estuvieron cerca de tocar el cielo con las manos. Y ese estadio espiritual y vislumbrado, es impagable, y se agradece con lágrimas y risas. Y, también, cantando.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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