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Día Internacional de los Bosques: El abandono del Chile Verde Opinión

Día Internacional de los Bosques: El abandono del Chile Verde

Nélida Pohl
Por : Nélida Pohl Directora de Comunicaciones del Instituto de Ecología y Biodiversidad
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Señales positivas hay, aunque llegan lento. La contraloría y la corte suprema pusieron freno a la intención de tala de bosque nativo de la Sociedad Nacional de Agricultura, y se tramita un proyecto de ley que impediría el avance de las inmobiliarias sobre suelos de bosques quemados. Y existe la gran esperanza de que, como país, tengamos la altura de miras para escribir una Nueva Constitución que rompa el hechizo del individualismo, y que sí estigmatice a la codicia institucionalizada. Sí, necesitamos una nueva estructura productiva, y desacoplarla del poder político. Sí, necesitamos más conocimiento de todo tipo. Pero también necesitamos volver a vivir el bosque, y desde temprana edad. Que la experiencia de pasar tiempo en donde el humano no predomina no se restrinja al privilegiado turismo de aventura, ni al colegio pagado. Necesitamos facilitar el acceso, físico, conceptual y emocional a la naturaleza, a todas y todos. Sólo embarrándonos, junto a la babosa y el rayadito, podemos ejercitar la curiosidad y empatía necesarias para reconocer y amar al otro, sin lo cual no hay responsabilidad posible. 


¿Qué es el bosque para ti? Para mí, el bosque es sus indescifrables olores, texturas y colores, compartir fruta con los loros choroy, contemplar los cambios de la luz del sol y la luna sobre las hojas de los coigües. El bosque es entrecerrar los ojos para que aparezcan en foco, repentinamente, las finísimas hebras de seda con que las arañas tejen el bosque, rama a rama, a piedra, a tronco, hasta llegar a mi quieto y silente brazo.

Al bosque lo compone una comunidad de seres vivos, un colectivo más diverso que la más variopinta ciudad humana, y como en todos los ecosistemas, la vida de una especie de planta, hongo o animal del bosque, depende del bienestar de las demás. Quienes vivimos en la ciudad estamos encerrados en una ilusión. La ilusión de que los humanos no dependemos de nadie más que de nosotros y nuestra tecnología, la ilusión de que nuestra velocidad acelerada es la única posible, la ilusión de que lo que quiere un individuo es más importante que lo que necesita la comunidad, la ilusión de que la comida viene del supermercado, la carne de una bandeja de plástico, y el agua de una llave.

Todo lo que necesitamos, agua, aire, alimento, refugio, suelo, proviene de la red entrelazada de la vida, compuesta de millones y millones de eslabones, de especies que en su mayoría desconocemos, fuente además de medicinas, materiales para construir nuestras civilizaciones, y solaz: espacio para la contemplación, el desarrollo interior y social, espacio para la paz. La arrogancia humana de creernos dueños de la Tierra y sus criaturas, fuente de la ilusión suprema de que existe una “naturaleza” aparte de nosotros, nos ha llevado a concebir a otros seres vivos (y a miembros de nuestra propia especie) como medios para el fin de satisfacer nuestras necesidades y nuestros deseos, que no dejan de expandirse. Y así es como hemos sometido y dominado al planeta hasta desatar una nueva era geológica, marcada por los componentes del Cambio Global antropogénico: contaminación, invasiones biológicas, cambio climático, cambio de uso de suelos y mares, sobreexplotación. La codicia nos hace olvidar que dependemos de los otros, flores, pájaros, gusanos, mohos y chanchitos de tierra, tanto como ellas y ellos nos necesitan.

Año tras año los bosques de Chile y el mundo pierden terreno ante la deforestación, los monocultivos de árboles exóticos invasores (una plantación NO es un bosque), cultivos de soya, la urbanización, construcción de caminos, desarrollo inmobiliario, incendios y el pernicioso Decreto #701. Al desvanecerse los bosques, no solo mueren incontables seres vivos (tan vivos como tú o como yo), también se va el agua de las napas, se pierde suelo fértil, desaparece el potencial sanador de miles de compuestos químicos de las plantas, liberamos CO2 a la atmósfera, nos estresamos y enfermamos más, quedamos vulnerables a los efectos de la erosión. Perdemos toda clase de riqueza, salud, seguridad e identidad. El bosque nos recuerda – del latín re=de nuevo, y cordis=corazón, recordar es volver a pasar por el corazón – que el bienestar es colectivo.

Nuestros bosques contienen otros mundos dentro de sí tan misteriosos como el fondo del mar. Recién comenzamos a conocer las especies que habitan el dosel (las copas de los árboles), a entender la importancia de los microbosques de musgos y otras plantas antiguas en los ciclos de nutrientes y del agua, a develar la incansable actividad del tejido vivo que es el suelo, a aceptar que los árboles se comunican y cuidan entre sí. Y recién estamos aprendiendo a desenmarañar la intrincada malla de interacciones entre especies que ocurren en nuestros bosques, una madeja de muchos más colores y nudos que aquella de los mucho más estudiados bosques templados del hemisferio norte, donde vive el 90% de las y los científicos…

Los bosques de Chile son tan excepcionales, y están tan amenazados y poco protegidos que la ciencia los reconoce como uno de los epicentros de biodiversidad del planeta. Son tan únicos y chilenos como nosotros, su diversidad es parte de nuestra identidad. Aunque hoy vivamos de espaldas a ellos, Chile, también es verde.

Por milenios y milenios, recibimos los beneficios de salud (física, social, emocional) surgidos de convivir cotidianamente con otros organismos, como parte de los bosques y otros ecosistemas. Durante la vasta mayoría de nuestra experiencia como especie, reconocer al bosque como fuente directa de los recursos indispensables para nuestra vida era una realidad tangible. ¿Cómo recordar de dónde venimos, cómo recobrar nuestro lugar en el bosque? 

Estar en el bosque. Perderse y encontrarse. Querer investigar e imaginar cómo viven y sienten los otros. Guardar silencio y abrir los sentidos, todos. Compartir el tiempo y el espacio. Con el ciervo volante, el rayadito que decide ruidoso si soy amiga o amenaza, con la babosa que acampa dentro de mi zapato. Hacerse preguntas. ¿Cómo percibe el paso del tiempo un alerce de 3.000 años?

Necesitamos más apoyo del Estado para hacernos preguntas y buscar respuestas. Chile hace excelente ciencia pero tiene una proporción bajísima de investigadores. No sacamos nada becando a medio Chile si después no existen plazas de trabajo disponibles. Falta apoyo para la estudiar a las especies que habitan nuestro país, aun nos falta encontrar y describir a muchísimas de ellas. ¿Cómo podemos hacernos preguntas complejas de procesos si no sabemos quienes componen el bosque? Falta renovar la concepción del “impacto” de la ciencia, para que se libere de las estrechísimas cadenas de la evaluación económica. ¡¿Cómo es posible que el conocimiento sólo se valore de acuerdo al crecimiento del PIB?!

En el Día Internacional de los Bosques del año 2021, Chile aun no cuenta con el tan prometido Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas, SBAP, atrapado en el congreso desde enero de 2011, cuarenta araucarias (especie declarada Monumento Natural desde hace 31 años) caen bajo el hacha, y el excepcional bosque esclerofilo de Chile central se seca y se quema ¿avaricia, cambio climático, ambos? (Links: https://www.elmostrador.cl/noticias/sin-editar/2020/03/05/conaf-tala-40-araucarias-del-parque-nacional-nahuelbuta/ Posibles “tormentas de fuego” amenazan la zona central de Chile – El Mostrador)

Señales positivas hay, aunque llegan lento. La contraloría y la corte suprema pusieron freno a la intención de tala de bosque nativo de la Sociedad Nacional de Agricultura, y se tramita un proyecto de ley que impediría el avance de las inmobiliarias sobre suelos de bosques quemados. Y existe la gran esperanza de que, como país, tengamos la altura de miras para escribir una Nueva Constitución que rompa el hechizo del individualismo, y que estigmatice a la codicia institucionalizada. (Link https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2021/01/15/diputado-ibanez-exige-urgencia-en-proyecto-de-ley-que-prohibe-la-instalacion-de-inmobiliarias-en-suelos-siniestrados-por-incendios-forestales/)

Sí, necesitamos una nueva estructura productiva, y desacoplarla del poder político. Sí, necesitamos más conocimiento de todo tipo. Pero también necesitamos volver a vivir el bosque, y desde temprana edad. Que la experiencia de pasar tiempo en donde el humano no predomina no se restrinja al privilegiado turismo de aventura, ni al colegio pagado. Necesitamos facilitar el acceso, físico, conceptual y emocional a la naturaleza, a todas y todos. Sólo embarrándonos, junto a la babosa y el rayadito, podemos ejercitar la curiosidad y empatía necesarias para reconocer y amar al otro, sin lo cual no hay responsabilidad posible. 

Sal de tu casa, lleva a tu primo chico y a tu vecina. Los bosques, te esperan.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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