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Noruega, la máquina que exorciza los conflictos sudamericanos Opinión

Noruega, la máquina que exorciza los conflictos sudamericanos

Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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Para muchos ha resultado sorprendente la iniciativa noruega de comenzar a participar con fuerza, y extrema cautela, en los nudos de conflictividad extrema que vive América del Sur. Hace escasos años fue el proceso de paz entre el gobierno de J.M. Santos y las FARC; hoy se hace presente en ese volcán llamado Venezuela.

Esto último ha puesto la atención en los particulares esfuerzos diplomáticos de Oslo, semi-desconocidos hasta ahora. Y ha sido llamativo pues consiguieron convencer a Guaidó y Maduro de aceptar conversaciones indirectas y discretas. La diplomacia noruega está levantando una tenue luz de esperanza de solución a la gravísima crisis venezolana por medios lo menos violento posible.

¿Cómo se ha gestado este interés noruego por las crisis sudamericanas?, ¿qué razones puede tener un país tan alejado geográficamente para querer ser un actor relevante en un rincón del mundo muy ajeno en lo idiosincrático?. Por cierto, nadie vacilaría en calificarlo de esfuerzo loable, pero sin dudas teñido de una buena dosis de incertidumbre. Conviene entonces escarbar, aunque sea superficialmente, en sus formas y trasfondos.

Un primer punto a considerar es la personalidad de un activo diplomático noruego, llamado Dag Halvor Nylander, sin el cual nada de esto sería posible. Nylander fue el jefe del equipo diplomático noruego en las conversaciones indirectas y posterior proceso de paz entre el Gobierno de J. M. Santos y las FARC colombianas, llevado a cabo en Cuba. Con 50 años de edad, se trata a estas alturas de un veterano mediador, con varias destinaciones en América Latina, muy renuente a hablar con medios de comunicación y que se relaciona con cierta frialdad en ámbitos diplomáticos. Quienes participaron y han analizado el proceso colombiano, no dudan en atribuirle cualidades personales muy relevantes como es la de abordar los problemas con una metodología basada en la generación de confianza y en la persistencia de enmarcar agendas con lógica de continuidad y avance. También le reconocen un vasto conocimiento de la situación interna colombiana, asunto que suena coherente con su intento de sentar en una mesa de conversaciones al gobierno colombiano con la guerrilla del ELN en un ya lejano 2005. Una experiencia que no prosperó.

Nylander fue tercer secretario en la embajada noruega en Buenos Aires (1999-2001) y volvió a la región más tarde como embajador en Colombia (2005-2008). En 2017, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres lo designó como su representante en la disputa territorial que Venezuela mantiene con Guyana por el Esequibo. Y desde hace algunos meses, lleva las riendas del acercamiento entre Maduro y Guaidó.

Pese a sus reconocidas virtudes, Nylander tiene algunos detractores, especialmente por sus simpatías (que seguramente perduran de años juveniles) por la revolución cubana. Se le critica su excesiva amistad con varios diplomáticos relevantes de Cuba, como Rodolfo Benítez Verson.

Un segundo punto a tener en consideración respecto al involucramiento noruego, es que no se trata de una conmovedora ingenuidad nórdica, como diría Joseph Conrad. Por el contrario, son esfuerzos con base institucional. Desde hace décadas, su cancillería posee un Departamento para la Paz y la Reconciliación que exhibe una dilatada trayectoria de participación en procesos complejos y en lugares muy disímiles. Con ese apoyo, la diplomacia noruega se ha metido en casi puros nidos de ideas pérfidas. Con resultados relativos.

Por ejemplo, en 1993, su capital, Oslo fue sede de unas muy difíciles conversaciones de paz en el Medio Oriente las cuales terminaron siendo aceptadas de buena manera por palestinos (OLP) e israelíes. Fue un esfuerzo tremendo, que culminó en los llamados Acuerdos de Oslo, firmados aquel año y considerados por todos como un gran éxito, aunque después todo se diluyó y quedó en nada. Luego, en más de una oportunidad, el gobierno de J.M Aznar recurrió a la cancillería noruega para dialogar indirectamente con la ETA; asunto que se pudo viabilizar. Además, entre 1999 y el 2006, los noruegos se interesaron por presentarse como “facilitadores neutrales” en las conversaciones entre el gobierno de Sri Lanka y los Tigres Tamiles, un tenebroso grupo terrorista étnico, opuestos a los cingaleses, que tuvo la poco edificante gloria de haber sido los creadores de la diabólica bomba humana, o terroristas suicidas, allá por los inicios de la década de los 80. También intercedieron en Filipinas con grupos irregulares yihadistas. Ninguno de ellos fue coronado por el éxito final.

Un papel vital en estos esfuerzos lo juegan dos instituciones que cuentan con el aval de los dos principales partidos políticos, el Instituto de Investigaciones de la Paz (creado en 1959) y una entidad público-privada, el Centro Noruego de Resolución de Conflictos (NOREF, creado en 2008). Ambas instituciones sirven de contrapeso a la temprana decisión noruega de adherir a la OTAN, la cual fue una decisión difícil para una sociedad moldeada por la socialdemocracia europea típica de la post Segunda Guerra Mundial. Ambas instituciones han conseguido perfilar una neutralidad activa que, a diferencia de Suiza, busca puntos neurálgicos donde plasmar su auto-asignado rol de facilitador, que, exorcizando los fantasmas, intenta resolver conflictos. Nylander se ha transformado en el ícono de tales iniciativas.

Cuesta avanzar un criterio firme sobre el curso que irá tomando el esfuerzo noruego en el polvorín venezolano. Estos procesos no funcionan como la geometría. Y con certeza casi euclidiana, se puede sostener que Venezuela es un conflicto donde no sólo las partes no saben cómo alcanzar sus objetivos (ni para qué), sino que ambas se encuentran atrapadas en intereses foráneos bastante más poderosos de lo que se cree y admite.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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