En plena pandemia, y cuando se acerca una de las elecciones más importantes de los últimos tiempos en Estados Unidos, Twitter ha estrenado una nueva función que limita a priori la interacción entre usuarios. La interface ahora nos permite decidir, por cada nuevo post, si queremos que todos puedan comentarlo, o si lo restringimos para que solo puedan hacerlo aquellos a quienes seguimos o mencionamos. Previo a este cambio, la única forma de impedir que otros comentasen nuestros tuits era mediante el bloqueo. En Chile, uno de los primeros políticos en testear esta nueva función fue el diputado Giorgio Jackson (RD), quien justamente tuiteó que estaba probando la modalidad con esta ya activada. Con ello, el legislador sorprendió a sus seguidores, pero a su vez nos mostró que la clase política podría comenzar a utilizarla si fuese necesario.
La compañía ha dicho que este cambio obedece a una necesidad muy clara. Parafraseando a la directora de Gestión de Productos de Twitter, Suzanne Xie, se hizo evidente que los usuarios no querían más mensajes indeseados en medio de conversaciones que consideraban significativas, y tras algunos estudios con un prototipo en mayo de este año, se determinó que con la función se sentían más protegidos del spam, la actividad troll y los bots [1].
El odio y el abuso se han vuelto un dolor de cabeza para las compañías de redes sociales, en especial para Twitter, ante la libertad que otorga para seguir, evaluar y replicar sobre el contenido de quien sea. En este sentido, ya se habían tomado algunas medidas en años anteriores, tales como eliminar cientos de miles de cuentas que incurrían sistemáticamente en spam y trolling. Sin embargo, la opción de restringir el debate a petición del usuario-emisor es un paso inédito y mucho más drástico en esta dirección.
En términos comunicacionales, lo que parece ser una opción adicional y libre para el emisor de un tuit, se convierte en una restricción para el receptor, toda vez que este se enfrenta por primera vez a una barrera para formular su opinión en un debate abierto por otro usuario.
Si personeros de Gobierno y personalidades son quienes activan estas limitaciones, la disrupción comunicativa se hace mucho más evidente y adquiere ribetes de censura. Retrocedemos así algunas décadas, ya que son millones los usuarios que, hastiados con justa razón del acoso y la posverdad, comenzarán a emplear la plataforma para enviar mensajes unilaterales, de uno hacia todos sin esperar un retorno, tal como ocurre hoy con la comunicación de Gobierno y los medios tradicionales. Así, Twitter avanza un tranco más lejos de la interactividad y la multidireccionalidad, que por más de una década le han situado del lado de la democracia y la libertad de expresión [2].
La nueva función es en realidad ambivalente en sí misma. Por un lado, los segmentos más vulnerables de la población se verán protegidos del ciberbullying que se radicaliza en internet, y que ha conducido a muchos a la depresión y el suicidio [3]. Por otro lado, sin embargo, podría incrementar la frustración de quienes no se sienten oídos a través de los canales de comunicación oficiales del Gobierno.
Como vemos, las implicancias para la libre deliberación son muchas. Los líderes de opinión que cierren sus comentarios no solo se van a perder posibles mensajes de apoyo, sino que además entrarán en un filtro de burbuja, en un túnel de desconocimiento respecto de la crítica y la pluralidad de ideas en el debate público [6].
Además, mucha gente ‘común y corriente’ perderá el acceso a expresar sus puntos de vista a través de cuentas más influyentes, que justamente es lo que les permite ganar más visibilidad y amplificar su reverberación hasta sentirse parte de la opinión pública. En este sentido, Twitter ha apostado a que las visiones críticas podrán continuar canalizándose a través de retuits con comentarios, es decir, citando el tuit original [3]; no obstante, dicha fórmula no se hace cargo del desequilibrio que existe en la red social, ya que el usuario común no tiene el mismo peso algorítmico de una celebridad.
Las rupturas de los esquemas democráticos, tal como los conocíamos hasta ahora, se desatan en un muy mal momento, pues queda muy poco para comenzar con las campañas por el Apruebo y el Rechazo en miras al plebiscito constituyente de octubre. Esto es irónico, considerando que las mismas redes sociales han sido el escenario real de debate constituyente durante el confinamiento por COVID-19.
En tiempos pasados debíamos temerles a las espirales del silencio [5], que es cuando los individuos, movidos por el temor al aislamiento de su entorno, prefieren callar juicios de valor que atenten contra la opinión de la mayoría. Ahora da la impresión de que el silencio comienza de a poco a ser forzado por las mismas plataformas que nos habían ido acostumbrando a dar nuestra opinión libremente a las autoridades y candidatos. Entramos entonces de golpe a la era de los filtros de burbuja, con nuestra clase política potencialmente dispuesta a encerrarse en discusiones de su agrado y distanciarse de la disidencia, hasta que esta no sea más que el brillo de una galaxia lejana.
¿Qué hacemos entonces? Quizás Twitter les está dando solución al prejuicio y al conflicto, pero no creo que esté poniendo a raya la actividad bot. Quizás solo tapamos el sol con un dedo. Limitar las respuestas no impide que las campañas bot sigan en línea, alimentando hashtags de forma artificial hasta distorsionar la magnitud de las posiciones en torno a nuestro debate constituyente de octubre [7] [8].
A mi juicio, el camino correcto es regular a las compañías de redes sociales a través de políticas públicas que, entre otras cosas, les fuercen a hacer fact-checking de contenidos y eliminar servicios de medición de tráfico de cuentas, que se suelen emplear mucho como antesala para una estrategia bot. En el peor de los casos, un usuario atacado por hordas troll siempre puede tomar decisiones drásticas como bloquear. Pero también puede ignorar, y dejar a la vista de todos la odiosidad y violencia de ciertas cuentas, que es la única forma de que veamos el mundo tal cual es y que nos hagamos cargo de la democracia digital. Al fin y al cabo, por más hermética que parezca una burbuja, sus finas paredes no impiden el paso de la luz del sol.
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[2]https://www.researchgate.net/publication/240259567_Applying_communication_theories_to_the_Internet
[5] https://press.uchicago.edu/ucp/books/book/chicago/S/bo3684069.html
[6] https://www.ted.com/talks/eli_pariser_beware_online_filter_bubbles/transcript?language=en