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Decidir la cancha Opinión

Decidir la cancha

Rodrigo Álvarez Quevedo
Por : Rodrigo Álvarez Quevedo Abogado de la U. Adolfo Ibáñez. Profesor de Derecho Penal, Universidad Andrés Bello. Abogado Asesor, Ministerio del Interior (2015-2018)
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En el basketball suele ocurrir que cuando un equipo va ganando por mucho saque a sus titulares. Luego los perdedores reconocen la derrota y hacen lo mismo. En lo que queda de partido, que a veces es mucho, se juegan una pichanga entre los último de la banca y la distancia del marcador no suele variar mucho más. En el fútbol suele ser distinto. Muchas veces, en partidos por los puntos, quieren acabar con el rival. Pueden ir ganando 3 – 0 y quieren meter el cuarto, luego el quinto. Hasta 7 si es que se puede. El delantero busca meter un hat-trick, un póker, o un repóker. Y Chile es un país futbolero.

El 80% fue titánico y entraron con el pecho inflado. Hasta pudieron abuchear el himno local. Los rivales entraron derrotados y no se les extendió la mano para levantarlos del suelo. Se les quiso meter 7 goles y pasar por encima. Y así fue. Nadie podría decir que no se cumplió con el mandato, pues el producto fue entregado; pero pareciera ser que no era de la calidad esperada. Pero más que la calidad, el problema pareciera ser el proceso. Se están pagando los costos de haber jugado con esa actitud, cuando el objetivo no era una goleada, sino –mucho más modesto— jugar un buen partido y poder ampliar la cancha. Esos costos lograron un solo acuerdo: todos queremos reformar.

Las posibilidades son tres: (1) comenzar desde una nueva hoja en blanco, con una nueva Convención Constituyente; (2) rechazar y reformar la actual Constitución; (3) aprobar y reformar desde la Nueva Constitución.

La primera posibilidad apareció en la agenda con las recientes declaraciones del Presidente Boric: tiene que haber un nuevo proceso constituyente.  Mal que mal, fue lo que decidió una abrumadora mayoría en el último plebiscito. Además, como señaló Carlos Peña, “y aunque uste no lo crea – el Presidente tiene, desde el punto de vista legal (no político, legal), toda la razón, y por eso, de ganar el Rechazo la rueda debería comenzar a girar de nuevo”; pues el actual artículo 142 de la Constitución dice que “si la cuestión planteada al electorado en el plebiscito ratificatorio fuere rechazada, continuará vigente la presente Constitución” y la actual Constitución prevé como procedimiento, para elaborar una nueva Constitución, un plebiscito y una Convención. Por lo tanto, como dijo Peña, “las obligaciones no se extinguen porque el deudor sea torpe a la hora de cumplirlas”.

El Presidente Boric abrió una tercera vía y se ha dicho que favorece al Apruebo y que favorece al Rechazo. No causó mucho agrado en el oficialismo, pero en el acuerdo para la nueva Constitución Boric ya demostró trascender a sus correligionarios. De todos modos, dijo que con un nuevo proceso habría incertidumbre, lo que implica que la opción del Rechazo generaría mayor incertidumbre, al mismo tiempo que invitó a la gente a preguntarse «en qué escenario es más factible realizar modificaciones, porque hay cosas que mejorar respecto de este texto, sin lugar a dudas”. Es decir, aunque el Presidente descarta la opción de Rechazar y reformar desde el Parlamento –alternativa que será defendida por algunos—, sabe que lo más fácil es reformar desde la nueva Constitución. Y eso nos lleva a las dos otras alternativas: reformar desde el parlamento. Dejando de lado la nueva Convención, ya que el escenario es incierto e incluso se podría modificar el sistema de cambio constitucional actual, podemos preguntarnos ¿en qué escenario sería más factible realizar modificaciones? ¿Desde la Constitución actual o desde la nueva?

Los Republicanos ya descartaron sumarse a cambios desde una hoja en blanco, distanciándose de Chile Vamos, pidiendo solo reformar la Constitución actual si gana el Rechazo. Y sabemos cómo se juega en la Constitución actual. Por eso Sergio Bitar dijo: “prefiero armar un despelote para modificar la nueva Constitución después del plebiscito que rogarle 5 cosas a la derecha”. Ya mostraron su aversión a los cambios desde hace décadas, y Francisco Vidal puso en entredicho su voluntad de cambio si gana el rechazo, remitiéndose solamente a las votaciones de la derecha en la Convención en aquellos aspectos centrales de la derecha en donde votaron todo muy mayoritariamente en contra.

En la misma revista en la que Jaime Guzmán escribió su ya célebre cita sobre la cancha –además de declarar a Franco, después de casi 40 años de dictadura, “objetivamente” el padre de la democracia española— señala que “resulta preferible contribuir a crear una realidad que reclame de todo el que gobierne una sujeción a las exigencias propias de ésta” (Revista Realidad, El camino político, p. 19), y esa fue la realidad de la actual Constitución que explotó, pero con la que algunos se sienten muy cómodos.

La propuesta de rebajar los quorum a 4/7 para modificar la actual Constitución ni siquiera se ha aprobado, pero como dijo el constitucionalista Javier Couso: «sigue dejando a los partidos herederos de la dictadura con la llave de cualquier cambio constitucional». Habría que ir a rogarles por 5 cosas y aquí vale recordar que para la reforma de Lagos hubo que rogarles para la eliminación de enclaves autoritarios, como los senadores designados, a cambio de fortalecer el Tribunal Constitucional. Y la jugada les salió tan bien, durante todos estos años, que hasta una vez el entonces diputado Jaime Bellolio dijo “no importa, vamos al Tribunal Constitucional, allá estamos 6/4”, luego de una discusión por la carrera docente.

Así, habría que rogarles porque se necesitan cerca del 43% de los votos para impedir un cambio y la derecha los tiene de sobra. Podrían no agregar ni quitar nada que no quieran. En el compromiso de ChileVamos se ofrecen puras generalidades, salvo lo de terminar con el control preventivo del Tribunal Constitucional, que aparece recién cuando casi no le queda respaldo ciudadano y perdieron la mayoría con los últimos nombramientos. Y ya sabemos lo que piensan los Republicanos.

Entonces, acogiendo la invitación del Presidente, podemos pensar en cualquier tema que nos importe, como los derechos sociales, el medio ambiente, la perspectiva de género, el reconocimiento de los pueblos originarios, o lo que sea, y preguntarnos ¿se podrá hacer ese cambio que quiero en este Parlamento? ¿No hay un 43% que vetará el cambio? En el Parlamento está la derecha de siempre; Evopoli, que se presentó como la nueva derecha y está cada vez más lejos del centro; y los Republicanos, que son la nueva derecha de extrema derecha.

En cambio, si pensamos los cambios desde el Apruebo para reformar la cuestión es distinta. Se ha dicho, con una insistencia que a estas alturas bordea la mala fe, que el artículo 191 de la nueva Constitución supondría requerir consentimiento de los pueblos originarios para reformar la Constitución. Eso es falso. Las normas para reformar están en un capítulo específico, artículo 383 a 386, y el art. 191 se refiere a la participación en las entidades territoriales en el Estado regional. Además, no solo el Convenio 169 de la OIT establece en el art. 6 N° 2 que la consultas deben efectuarse de buena fe “con la finalidad de llegar a un acuerdo o lograr el consentimiento de las medidas propuestas”; el ar. 19 de la Declaración de las Naciones Unidas Sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas establece que las consulta se realizarán “antes de adoptar y aplicar medidas legislativas o administrativas que los afecten, a fin de obtener su consentimiento libre, previo e informado”; y la Declaración Americana sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas en su art. 23, sobre participación de los pueblos indígenas, establece una norma casi igual, en relación a adoptar y aplicar medidas legislativas o administrativas que los afecten. Lo mismo que establece la nueva Constitución, aunque prefieran ignorarlo. Incluso Carlos Peña señaló que no es cierto que los pueblos originarios tengan un veto respecto de la voluntad democrática. Y a Peña, cuando les conviene, los acusadores del supuesto veto lo suelen citar con entusiasmo.

Descartado el veto para reformar, pensando en el Parlamento, la cuestión es distinta porque su composición es muy diferente a aquella de la Convención. Ahora podríamos pensar en lo que sea no nos guste de la nueva Constitución. Cambiar el sistema político, reinstaurar el Senado, o eliminar el consentimiento (en ciertas materias y no todopoderoso) de los pueblos originarios, y preguntémonos ¿se podrán cambiar esos artículos con el actual Parlamento? En la Convención no hay tantos independientes, no está la Lista del Pueblo, no hay escaños reservados. En la Cámara hay 8 diputados de la DC; en la Convención había solo 1. Entonces, ¿habrá un 57% de los votos para eliminar o cambiar eso que yo quiero?

Es evidente que el Congreso está mucho más cargado para el centro y la derecha que la Convención, inclinada hacia la izquierda. También es claro que la derecha históricamente se ha opuesto a los cambios. Los ejemplos abundan. Chahuán dijo “hemos hecho uso de nuestro Derecho”, cuando fueron al Tribunal Constitucional por la despenalización del aborto; Felipe Kast le dijo a Ossandón que estaba dispuesto a “violar la Constitución” por votar a favor del postnatal de emergencia; Piñera dijo que era “inconstitucional” el proyecto de las 40 horas laborales; y así un largo etcétera. Ahora además conocemos su votación durante la Convención. Por otro lado, la izquierda es mucho menos radical en el Parlamento y estará por hacer varios cambios. Entonces –habiendo consenso en la necesidad de reformar— la pelea será por quien tendrá el sartén por el mango.

Sería bueno que todos se hicieran la pregunta, pero sobre todo los grupos minoritarios. Porque si es que rescatan algo de la nueva Constitución y gana el Apruebo, es probable que su victoria esté asegurada, pues no hay un 57% para modificarla. En cambio, se comenzamos de la actual Constitución y gana el Rechazo, es posible que retrocedan en la conquista, pues es probable que haya un 43% que no las celebre y esos votos bastan para no incluirla.

El capítulo constitucional se debe cerrar. Esperemos que más temprano que tarde se hagan las inevitables reformas que en todo caso se requerirán. Debe ser la recta final, así que ojalá en lo que queda aparezca el fair play. No está el partido para salir a golear y humillar.

Esperemos que los nuevos jugadores estén a la altura, ya que estamos en los descuentos. ¿En qué cancha se podrán jugar mejor? Eso debemos decidir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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